Sigo caminando
Camino. Camino deprisa. No me detengo. Sigo, sigo y sigo. Como si algo o alguien me persiguiera, aunque no miro atrás para comprobar si es así. Mis pies se hunden en la arena. Diminutas piedrecitas se me clavan en la piel, aunque yo las siento como espinas por todo el cuerpo. Sigo caminando. Mientras el frío punzante se cuela por mis agujeros —aquellos que un día se abrieron y no supe cerrar—, el aliento húmedo me recuerda que sigo viva, que todavía hay calor dentro de mí. Pero no me permito parar. Ni siquiera cuando la oscuridad se hace más densa, cuando parece que voy a hundirme en la arena. Las piernas me flojean. He caminado tanto tiempo que el dolor ya no se limita ahí. Pero sigo, sigo y sigo. Incluso cuando me giro para ver si hay algo o alguien más que esta eterna bruma, no paro de caminar. Y al mismo tiempo que me percato que no hay nadie más que yo misma, mis pies tocan el agua. Es ahora cuando me permito demorarme en mi marcha. Miro hacia todos lados hasta que veo una...

